La historia que les voy a narrar es tan real como la sensación agridulce que sentí cuando la conocí hace tan solo unos días. Una sencilla historia de amor, casi de rescate a la vida se podría decir, protagonizada por dos ancianos. Ella, Carla Sacchi, q.e.p.d., él, Stefano Bozzini,- cual Romeo en el siglo XXI- y el Covid 19, como no, entre ambos. Llevaban toda una vida juntos. Mas de cincuenta años casados y mil avatares compartidos. Ella cayó gravemente enferma y como viene siendo habitual en el proceso de esta maldita enfermedad, ambos quedaron aislados: Carla en una cama de hospital y él en su casa.
No podía ser. Él sin ella no era nada, y ella lo necesitaba a él. Stefano lo presentía, lo sabía. Una tarde decidió coger su viejo acordeón, ese que tocaba tantas tardes en casa y al que Carla seguía fiel como una parte más de su vida, y se dirigió al hospital de Piacenza donde se encontraba ingresada.
Allí, sentado en un gastado banco, regalaba unos conciertos que se colaban a través de las ventanas de tantos y tantos enfermos, entre ellos Carla. Conforme los día pasaban Carla fue mejorando hasta el día en que pudo asomarse a la ventana de su habitación para enviar un saludo a su marido. Otra vez Julieta y Romeo. El milagro de la ilusión y del amor estaba servido.
Unos días después a Carla, para alegría de todos, le fue dada el alta en el hospital.
Lamentablemente la mejoría fue un espejismo y varios días después fallecía.
Claro que este es un final triste de una historia que podría haber sido de cuento de hadas, pero a Carla le llegó la hora de su descanso y a Stefano, a parte de la inevitable soledad, el amor que a uno se le antoja inquebrantable. Imperecedero. Siempre quedará el amor.
JL Pinto