Leo con estupor y cierta dosis de decepción, la condena a una alumna de la Universidad Autónoma de Madrid por manipular un examen. En el futuro va a ser médica. Esperemos que corrija el error y finalmente lo consiga, y de manera legal.
Ha hecho trampas; ha sido “pillada”; ha insistido en el fraude manteniendo una versión que por lo que se ve no se sostenía, y ante tanta insistencia, al final la pena a pagar es ejemplar: ocho meses de prisión y 1.440 euros de multa.
“Entonces si me llegan a pillar con las chuletas – que ni en una carnicería – en aquel examen imposible de latín…En fin, aparco mis reflexiones”.
Bien, que tomen nota aquellas o aquellos que, ante un momento de frustración o debilidad, intenten hacer algo parecido. A la vista queda que la culpa a expiar es elevada. Desconozco si además la pena lleva acarreada alguna mancha imborrable en su expediente académico. El otro, el social, ya lo tiene de por vida.
Pero una vez analizado el caso, a servidor se le viene a la cabeza la cantidad de trampas que se les han detectado a determinados políticos – másteres y otras titulaciones falsificadas, cuando no sospechosamente obtenidas o sencillamente sin terminar, alegando cuando son vergonzosamente descubiertos, «simples errores” curriculares» – , y no recuerdo que hayan sido condenados con la cárcel. A lo más que hemos llegado es a presenciar un aluvión de reprobaciones ( lógicas por otra parte), amenazas e insultos, a los que, lamentablemente, nos tienen ya acostumbrados, para luego, después de tanto rasgado de vestiduras, – que a uno le recuerda el teatro al que tanto ama, pero en el caso de sus señorías impostado y muy mal interpretado –, todo volver a la normalidad. Y ahí continúan alguno que otro, u otra, “sirviendo” a los ciudadanos con la pulcritud y la limpieza que se les supone inherente al cargo.
Está bien eso de comenzar dando ejemplo desde la base. No se pueden consentir determinados comportamientos, pero lo más sonrojante, lo que más incredulidad me provoca, son aquellos otros actos ,verdaderamente criminales, que nunca se condenan. La ley de la proporcionalidad creo que, en este caso, ha sido brutalmente obviada.