Author : Juan Luis Pinto Doblas

La música, pasaporte a la nostalgia

… quisiera hacer, una bella canción…Milagro tecnológico contemporáneo que ha logrado que esta mañana me envuelva un halo de nostalgia, de recuerdos que pensaba intemporales que ahora traslado, a través de la música, hasta los años sesenta y que he querido traer hasta estas páginas. Y ahí continua, Spotify, ahora con Concha Velasco…una chica yeye, una chica yeye…

Bendita década de los sesenta. ¿La recordáis? ¡Cuántas cosas interesantes ocurrieron en el mundo! Y nosotros en España con aquellos pelos. Después de décadas de oscuridad comenzaba a asomar “un rayo de sol”, que, aunque la popular canción de Los Diablos atribuía al amor a una moza, a mí siempre me ha dado que tenía ciertas connotaciones políticas. O no.

La canción fue todo un éxito, y mientras la tengo, ahora mismo, sonando en mi reproductor, recuerdo que en esa década, que para nosotros en España comenzaba a ser la salida del oscurantismo, en el mundo sucedían cosas tan importantes como la construcción del Muro de Berlin – no solo ahora se construyen muros, aunque los de ahora por otros motivos, sobre todo por egoísmo– , o el movimiento hippie del amor y no a la guerra que comenzó en Estados Unidos y luego se extendió por todo el planeta.

Aquí apenas nos rozó. En mi barrio a lo más que se llegó era a ver a los más modernos con pantalones de grandes campanas y camisas de flores, cantando en mal inglés el Black is Black de Los Bravos. Pero de ahí no se pasaba. Ni LSD, ni amor libre, ni leches. Cualquiera se pasaba con la novia…Aunque comenzábamos a tener nuestros rebeldes, que uno, aunque pequeño, tenía oído y conocimientos suficientes para escuchar a la vecina reñir a su hija por enésima vez y recordarle que…a las diez en casa.

Bendita década de los sesenta. La crisis de los Misiles; el asesinato de John Fitzgerald Kennedy o el sueño de Martín Luther King, sueño que, a pesar de tanta sangre derramada, aún continúa. Aunque en Estados Unidos se ha avanzado muchísimo en este terreno, todavía continuamos como aquel baile de moda en los sesenta: la yenca. Adelante y atrás…un, dos, tres. Los negros de alguna manera, me da a mí, que tendrán que currárselo siempre. Andando, o corriendo como liebres con los perros de siempre mordiéndoles los talones; o remando con las manos en una patera…pero currándoselo de lo lindo.

O eso o ser capaz de meter inverosímiles canastas de tres puntos, o marcar goles increíbles. O tener la suerte de nacer en un hogar millonario y aprender a conducir como nadie y acabar siendo tres veces, o más, campeón del mundo de fórmula uno. La yenca, menudo baile revolucionario.

El primer vuelo, supersónico, del Concorde, todo un emblema de la década. En España no hacíamos aviones supersónicos, pero ya teníamos televisión y emigrantes. Muchos emigrantes. Como ahora, pero con menos cultura. Hemos cambiado los callos en las manos por los master y títulos universitarios. Algo es algo. Al menos ahora somos pobres con cultura, que no deja de ser una de las más grandes riquezas, la cultura digo.

Me alegra que esta mañana haya comenzado con Marisol…tengo millares de estrellas y tengo la luna y el sol… estando contigo, contigo me siento feliz….

Pues eso, que me siento feliz. De haber vivido esa década ya con algo de uso de razón; de tener la suerte de poder contarlo con una determinada dosis de optimismo y de salud a pesar de los coronavirus y otros “bichitos” traicioneros.

De las siguientes décadas trataré otro día, cuando Spotify me vuelva a despertar esos sueños dormidos.

¡Ay! ¡Qué bien lo que suena ahora! …en la fiesta de Blas, en las fiesta de Blas…

JL Pinto

A modo de telegrama

Urgente. Urgente.

Mahsa Amini. Irani, de origen kurdo. 22 años. Brutalmente asesinada por policía. V.O. (sin subtítulos): muerte por paro cardíaco. Motivo: llevar mal puesto el velo sobre su cabeza. Sacerdotes medievales reprimiendo todo un país. Miles de mujeres dicen basta. Las calles tomadas. Más represión. Los hombres, por primera vez, junto a ellas. Tímidamente. Ellas jugándose la vida se cortan mechones de pelos. Los muestran orgullosas como trofeos de caza. Su propia caza. Velos quemados en la vía pública. Hiyab lanzados al aire. Habrá mas muerte. Seguro. Pero no hay marcha atrás. Arrojadas, valientes. Mujeres en Irán. (Pero podría suceder en cualquier otra parte del mundo)

Jl Pinto

Plaza de la Merced: la añoranza de Picasso

Una plaza es generalmente un lugar común en cualquier ciudad, en cualquier pueblo. Un espacio de esparcimiento, de ocio, hasta de contemplación.

Málaga cuenta con una de esas plazas atemporales, oníricas y, en otro tiempo, casi simétrica. Es la plaza de la Merced. Un lugar idóneo para sentarse a observar la gente que pasea, imaginando a aquellos otros que la contemplaron en otros tiempos como seres etéreos que nunca abandonaron aquel singular espacio.

Risas, carreras, alboroto y bisbiseos de enamorados entre susurros y apretones de anhelantes manos. Los mismos árboles, los mismos gastados bancos…las mismas revoltosas y alegres palomas. Y allí está él, como guardián omnipresente de todo lo que se mueve ahora y  en todos los tiempos: Pablo Picasso. Sentado delante de su casa, erguido, inalterable al paso del tiempo. Se pueden oír las voces de su madre llamando al niño. Es la hora de comer. Pablo, ensimismado, como ausente, no oye la llamada que se pierde entre el murmullo de las hojas y el aleteo de las aves. Pablo imaginando trazos de colores que se desprenden del cielo que no es azul ,que es terrenal y que el imagina de mil tonalidades. Atrapándolos en su mente, devolviéndolos más tarde a un lienzo a través de su mágica paleta. En aquel tiempo y para todos los tiempos.

Los anónimos visitantes de hoy le rodean, o toman asiento junto a él, con la familiaridad del ser querido. Y toman fotos. Desean guardar un recuerdo de aquella plaza y de su añorante guardián.

JL Pinto

Siempre la plebe.

El título de este articulo bien podría ser el de una de esas series que Netflix nos presenta día sí y día también y que tanto éxito suelen tener, pero nada más lejos de eso. Uno, que entre crónica y crónica, se dedica a ratos a mirar, que no ver, la tele, acaba analizando cosas que en lo cotidiano se nos escapa. Y andaba sumido en una de esas visiones de telespectador crítico, cuando pasaron diversos reportajes de políticos, de aquí y de allá, en el que prevalecía un denominador común: un montón de personas, hombres, mujeres, y en muchos casos hasta jóvenes muy jóvenes, los aclamaban con pasión, como si de ellos dependiese su próxima bocanada de aire para seguir viviendo. Y se me ocurrió bajarle el volumen al aparato y centrarme solo en las personas. Por ejemplo, pusieron imágenes de Kim Jong-un, ya saben el señor coreano este que debe tener un peluquero de lo peor, saludando a una multitud que le aclamaba casi con lágrimas en los ojos y rozando el éxtasis. Acto seguido las imágenes correspondían al señor este de los Estados Unidos de América, el señor Trump, quién estaba dando un discurso y continuamente era interrumpido para aclamarle. La gente gritaba y agitaba miles de banderas. Imagino que era para recordarse al país al que pertenecen. Ahí me desconecté un poco del programa en cuestión por puro aburrimiento, pero cuando comencé a descubrir rostros más domésticos, más de nuestro país, me volví a “enganchar” al experimento.  Pero mi decepción fue mayúscula. Otra vez más de lo mismo. Se veía al señor este, presidente del gobierno, señor Sánchez, muy bien peinado, nada que ver con el coreano, que por la expresión de su rostro y su lenguaje corporal, decía unas acaloradas palabras. Y el discurso debía ser muy interesante porque la gente aplaudía a rabiar, para fracturarse las manos vamos. Un público entregado. Inmediatamente pasaban imágenes de este otro señor, Casado, que debía estar contando chistes o algo así porque la gente que le oía se tronchaba de la risa y no paraba de asentir una y mil veces. Que bien se lo pasaban con las cosas que debía estar diciendo. Hasta tuve la tentación de subir el volumen del aparato. Pero no, me reprimí para continuar con el experimento. Y así fueron saliendo otros muchos señores. Curioso, ahora que lo pienso eran hombres todos. Seguramente por pura casualidad. Y esas imágenes de aquella gente de aquí y allá vitoreando a aquellos señores de aquí de allá me traían a la memoria esas películas, de la Edad Media sobre todo, en la que el pueblo aclamaba sin cesar a los señores que , normalmente subidos en hermosos caballos, llegaban a cada aldea para repartir felicidad. Era la plebe. Y las cosas no han cambiado, solo que ahora los señores, en lugar de subirse a caballo se suben a escenarios y tarimas, y cambian los corceles por flamantes coches. Por lo demás, la plebe sigue actuando de la misma manera: vítores hasta quedar desgañitados a caballeros que les dan la vida.

La plebe, siempre la plebe.

JL Pinto

De verdad, ¿estamos locos?

Lo que narro ha sucedido en Málaga, pero me temo que pueda ocurrir en otros lugares. 

Resulta que hay unos vecinos, de distintos puntos de la ciudad, que han interpuesto sendas denuncias al Ayuntamiento  por exceso de ruidos. Su descanso se ve perturbado, y eso es sagrado. Y es que lo venimos diciendo hace mucho tiempo: las cafeterías y bares, se pasan las normas y las multas por donde ellos saben, y  de paso incumplen varias normas básicas: mantienen los locales abiertos hasta altas horas de la noche y además, el ruido en las terrazas es cada vez mayor.

Ese coctel es explosivo, y claro, ha estallado.  ¿Cómo? ¿Que la queja no ha sido por los ruidos de bares y restaurantes? ¡Anda ya! ¿Tampoco el ruido se produce a altas horas de la madrugada? ¿Ni tan siquiera a más de las nueve olas diez de la noche? Pues entonces no lo entiendo… 

¡No me lo puedo creer! Pues resulta que las denuncias en cuestión son contra colegios donde se realizan prácticas deportivas, concretamente baloncesto. Como lo leen, ¡jugando al baloncesto!

Es que estos niños no tienen remedio. Se creen un Fogg, o un Alberto Díaz cualquiera y se emocionan y ¡hasta meten canastas de tres…! y gritan, vaya si gritan. Oeee, Oee,… Y los amigos y padres que van a animarlos, a esos desagradables y ruidosos partidos, comportándose como hooligans gamberros, van y aplauden cada canasta que entra, ¡por Dios! Donde vamos a llegar. Que ni incluso ha sido de tres.

Pues nada, ahí están, a las tres, a las cuatro, a las cinco, a las seis… ¿de la madrugada?¡nooo!, de la tarde, dando la lata. Animando a los niños a hacer deporte. Con la malo que es eso para las articulaciones. Luego cuando sean mayores se quejaran de las rodillas y de lo mal que tienen la espalda. Y el dineral que costará todo eso a la seguridad social.

Y estos cerebrales y responsables vecinos, velando por nuestro interés general, menos mal, van y presentan denuncias. Es lo normal. Está al orden del día eso de denunciar a los niños porque hacen el gamberro con una pelota. Sea de futbol o de baloncesto, o de lo que sea. Ja,ja,ja, que gracia. No, la de los vecinos no. No, la de las autoridades competentes, que van y cursan la denuncia. ¡Eh! Que han medido antes lo decibelios y que es verdad, que los responsables vecinos denunciantes llevan razón.

Me viene a la cabeza esa vecina que denuncio varias veces a su marido porque le daba candela con el puño cerrado, y no se lo tomaron en serio hasta que…bueno, el final ya se lo pueden imaginar. Vale, dejo la demagogia. 

Total, que aquí tenemos tres clubes de baloncesto, con miles de niños a aficionados, compuestos y sin campo donde jugar. Igual cualquier día de estos o dentro de unos años, esos chavales que hoy tienen prohibido practicar su deporte favorito porque hacen mucho ruido, son los mismos que a las tres o las cuatro de la mañana, pasan cada fin de semana debajo de mi ventana, pateando todo lo que tienen a mano, insultando a la noche – digo yo que será a la noche porque a eso hora no hay un alma en la calle- y profiriendo gritos y canticos cuyas letras no quiero reproducir. Y están denunciados unas pocas de veces. Pero ahí continúan, puntuales cada fin de semana.

¡Ay! Si los hubiésemos dejados dejugar en el patio de su colegio…! Es que no me lo puedo creer.

 

J.L.Pinto. 

Hasta que el saco se rompa

Menuda irritación llevaba anoche mi vecino Paco. El hombre, ya jubilado, cuenta entre sus pocas aficiones la de cantar – y no lo hace nada mal- en una pastoral del barrio. Llevan ensayando desde hace semanas y ahora, en llegando estas fechas, comienzan con sus recitales. Hasta un nieto, chiquitillo, muy gracioso, ha incorporado al elenco de tan navideño grupo. Y tengo entendido que no es el único caso donde se mezclan niños con mayores. Eso está muy bien. Así es como se mantienen de verdad las tradiciones. Bueno, pues todo eso, por lo que he podido comprobar personalmente, no se va a poder realizar. ¿Quién tiene la culpa? ¿La crisis? ¿Qué no hay ganas ni de cantar ni mucho menos de oír villancicos? ¿Tan mala está la cosa? Pues no. Se debe a un bando emitido por nuestro ayuntamiento relativo a la Navidad y las actividades en la calle.

Uno ve muy lógico que se limiten ciertas actividades como tirar petardos, lanzar cohetes, beber en la calle, gritar en la calle, hacer las necesidades fisiológicas en la calle, en definitiva, ser indecorosos y molestos en la calle. Pero prohibir cantar, en una épocas tan especial y celebrada como es la Navidad, a riesgo de ser multado y que te requisen, por ejemplo, la zambomba y el almirez – la botella de anís se entiende que no la llevas -, me parece muy desafortunado y triste, muy triste.  No sé quién tiene la vara de medir – sentido común- en nuestro ayuntamiento, pero visto lo visto, me parece que la medida es cuanto menos desacertada.  

Vamos a ver qué va a suceder cuando lleguen los Carnavales o la Semana Santa, eso por no mencionar la Feria y la maravillosa selva tropical  en que se convierte el centro de la villa. Que no, que uno es de los que apoya y avala muchas de las medidas tomadas por nuestros regidores, pero esta me parece muy mal. No cantar “los peces en el rio” o “ya vienen los Reyes Magos”, fuera de la intimidad del hogar, me parece una aguada de fiestas. ¿Y saben lo que pasa? Pues que cuando se mete todo en un mismo saco, este se acaba rompiendo.

 

JL Pinto

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