Renovar el hábitat, renovar la vida

Leí en una editorial hace unos días referida a la desaparición de muchos de los barrios más antiguos de nuestras urbes, que sus nombres son lo único que está quedando de ellos – aunque en el mismo se hacía referencia a Málaga, esta reflexión es válida para cualquier ciudad.

Citaba el caso de “el Perchel” malagueño, en el que la picota está haciendo su agosto. Estragos en las gastadas piedras de sus casas ; en sus calles, en sus plazas y aceras. Devastación en su alma de barrio, de la que ,sí, alma, están dotados. El alma del barrio, esa que se modela a lo largo de los tiempos, alimentándose con la de todos sus moradores de antes y de ahora.

Y los vecinos, aparentemente indiferentes, lentamente desgastados por la diáspora continuada de tantas y tantas familias que se han ido marchando, ven como los rincones de su barrio, de su memoria misma, van desapareciendo día a día. Como si la picota estuviese hurgando también en sus cuerpos, en sus sentimientos. Es lo que hay.

Citando al celebre arquitecto Le Corbusier que defendía que ”La casa deber ser el estuche de la vida, la maquina de la felicidad”, es lógico pensar que la destrucción de estas es el final de la vida, al menos de la cotidiana. Los que nos criamos en barrios de calles estrechas, viviendo unos prácticamente en la casa del vecino de enfrente, sabemos lo que es que nos quiten el aire añejo que aprendimos a respirar. El sentimiento de verdadero arraigo colectivo. Para lo bueno y lo malo.

Cuando reivindicamos nuestro hábitat no nos referimos solo a las casas, a las calles o las plazas, más o menos grandes, bellas o bien dispuestas. Nos referimos a nuestras vidas. Nada más y nada menos. Y eso es lo que se está destruyendo.

J.L. Pinto

Renovar el hábitat, renovar la vida

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