Andan las aves revueltas. Una de sus colegas más queridas, la paloma, la blanca paloma de la paz, la del ramito de olivo en el pico, anda deprimida, de tristeza, de decepción, de rabia. Ya no quiere representar un símbolo tan especial, tan mágico, por el que tanta sangre se ha derramado a lo largo de la historia. Si nuestro paisano Pablo Picasso levantase la cabeza se moría de nuevo con su querida paloma.
¿Y por qué tanto descorazonamiento?
Muy fácil. Resulta que la paloma, la blanca paloma de la paz, se ha enterado que el señor Donald Trump va a ser propuesto para el premio Nobel de la Paz. Sí, ese mismo señor que no dudó en prohibir la entrada de musulmanes, sin ningún tipo de justificación, en su país, algo que estuvo a punto de desestabilizar todo el planeta.
Ese mismo que más tarde jugaba a pulsar el botón rojo con los coreanos del norte, o que se echa pulsos estúpidos, inútiles, con el señor Putin, o con cualquier otro presidente del mundo a quien quiera provocar en un momento determinado.
Ese mismo que no ha dudado en reconocer Jerusalén como capital del estado de Israel aun sabiendo las consecuencias que iba a acarrear. Ese mismo ser, misógino, racista y narcisista que está totalmente a favor de las armas, porque según él, es la mejor forma de garantizarse la libertad individual, al más puro estilo del oeste americano del siglo dieciocho.
Claro que la paloma de la paz está deprimida, al borde del suicidio. Yo también lo estaría.
Pero no sufras paloma. La propuesta viene de manos de unos cuantos congresistas de su propio partido, o sea, de una panda de extremistas ultraconservadores de la misma catadura que su jefe. Espero de todo corazón que la propuesta no vaya para adelante.
Si ese hombre que le dijo a Hillary Clinton que “si no era capaz de satisfacer a su marido cómo iba a satisfacer a América”, es premiado con el Nobel de la Paz, en ese momento se habrá acabado el respeto y la decencia en el mundo.
No me extraña que la blanca paloma de la paz ande al borde del suicidio.
JL Pinto