Pobre perro

Me van a perdonar ustedes, pero estoy de una mala idea, de una frustración, que me caigo. Sí, es Sábado de Gloria, pero eso poco importa a los que debería afectar lo que voy a narrar. A ver si logro remover alguna conciencia ¿El motivo? Pues muy sencillo: las personas, los perros…los animales.

Me contaba ayer un amigo que su hijo ha adoptado un perro – de esos que recogen abandonados- en un gesto de misericordia humana y de paso para contentar a sus hijos.

La acción tiene por lo tanto una doble vertiente pedagógica. Por una parte la enseñarles a amar a los animales y por la otra no importar la procedencia si lo que falta es amor. Pero resulta que los vecinos de este hombre le han manifestado sus quejas porque cuando se marchan de casa el animal no para de llorar. Así todo el rato. Hasta un educador de perros ha venido a tratar el caso y aunque andan muy avanzados ya con su resolución, lo importante es que encontraron muy pronto la raíz del problema: el perro fue abandonado cuando era un cachorrito y pasó días llorando. Ahora, aunque es muy feliz – dicen que anda todo el día moviendo la cola – cuando sus nuevos dueños salen de casa, inevitablemente recuerda su abandono y su pequeño corazón de perrito se rompe. Que pena da, pero al menos ya se le ha encontrado solución.

Y ahora, a partir de este punto procuraré tener templanza.

¿Cómo es posible que continúe en aumento el número de ancianos abandonados por sus familias en los hospitales? La manera de hacerlo siempre es la misma. Una persona mayor ingresa en un hospital con una dolencia más o menos grave y a los pocos días los sanitarios comienzan a temerse lo peor. Los familiares dejan de visitarle o lo hacen muy poco hasta que sencillamente dejar de acudir.

Estas personas más pronto que tarde descubren que, efectivamente han sido abandonados y la pena que comienzan a sentir no tiene solución. De hecho muchos de ellos mueren de tristeza. No sé en qué clase de sociedad nos estamos convirtiendo, pero todo lo que nos pase es poco. Una enfermera anónima de un hospital del archipiélago canario – pero que es trasladable lamentablemente a muchos puntos de nuestro país – denunciaba en un medio de comunicación el caso de un hombre de 87 años que lleva ingresado hace meses y que no se explica por qué su familia no le visita. Dice que ha estado toda la vida trabajando, que tiene casa propia…que no molesta a nadie. Y llora. Todo el día llora. Como el perrito de mi amigo. Maldita sea. Animales.

JL. Pinto  

Pobre perro

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