No se sabe exactamente cuándo, pero un buen día a alguien- tampoco se sabe con exactitud si hombre o mujer-, se le ocurrió aplicar sus dotes artísticas sobre su propio cuerpo y dibujó su piel. Hay quien dice que no, que no fue un dibujo, que fue una frase grabada a sangre y sudor, para recordar a una amada. Y así numerosas versiones.
La realidad es que hasta hace un par de décadas, el hecho de llevar un tatuaje tenía un alto coste social ya que estos solo los llevaban gentes de mal vivir, ex carcelarios y rufianes ¿¿?¿? Nunca supe de donde procedía tan esmerado estudio sociológico. Todo esto en España, claro, porque en otros países de nuestra entonces casi inaccesible Europa, era algo tan habitual como sonarse la nariz, y llevar tatuajes tenía su punto romántico y rebelde, nada canallesco ni gamberro. Pero aquello parecía que había quedado superado. Desde hace una década si no más, es algo totalmente habitual ver a personas con dibujos, frases, poesías, y hasta retratos familiares grabados sobre la piel, como un muestrario recuerdos. A la vista de todos. Son las modas.
Hasta los deportistas, especialmente futbolistas, pero también de otros muchos deportes, han cogido tal fiebre de tatuaje que a algunos no les queda piel que rellenar. Así son las modas, así somos los mortales e imperfectos humanos. Pero si algo bueno tiene toda esta moda de los tatuajes es que no entienden de sexos. ¿O sí? Pues va a ser que sí. Hasta la recientemente nombrada ministra de defensa, la socialista Margarita Robles, anda estos días deshojando su nombre para ver qué decisión van a tomar con el caso de la chica a la que no han dado la oportunidad de acceder al ejercito por llevar un tatuaje en su pie. Tal y como lo leen. El tatuaje, nada ofensivo, es una simple flor. Me viene a la memoria los aguerridos legionarios, tropa, suboficiales, oficiales y hasta la cabra, luciendo, orgullosos, tatuajes de todo tipo. Y por supuesto, otros cuerpos del ejército. A la vista de todos. Y que yo sepa ahí nadie ha dicho nada. Pero lo peor no es eso, lo peor es que a las mujeres que quieren entrar en el ejército, no se les deja llevar tatuajes ya que cuando “vistan faldas” estos quedarán a la vista. Andan revueltos en el ministerio para intentar dar una solución a una medida tan discriminatoria y casposa, que recuerda tiempos que parecían olvidados.
Lo más gracioso, lo más irónico, es que esta chica iba a acceder a la plaza de psicóloga militar, con la faltita que les hace. ¿O no ha quedado claro?
Y es que a veces tenemos la piel tan fina, que hasta las cosas más simples nos hacen alarmarnos. Esa misma piel que, por culpa de la moda, nos hemos propuesto mancillar.
JL Pinto