Lee uno estos días con verdadero estupor la caída de varias redes mafiosas que se dedicaban a contratar a trabajadores para faenas en el campo – recolección y trabajos de esos de dejarse la espalda –, y que intermediaban, a través de empresas aparentemente legales, con los propietarios, agricultores y dueños de los cultivos.
Hasta ahí todo aparentemente bien. El problema estaba en las condiciones en que tenían alojada a su mano de obra: sobre el propio terreno, hacinados, sin aseos para hacer sus necesidades – que pensarían que para eso está el campo -, que uno las lee y se acuerda de la cabaña del tío Tom, ¿ les suena?
Eso por no mencionar el prácticamente inexistente tiempo de descanso para comer – si es que tenían que llevarse a la boca – , y la retención de parte de los salarios como pago del “alojamiento y manutención…..”. En muchos casos sin agua para asearse y ni tan siquiera beber.
¿ A que parece sacado de una película clásica de capataces malvados montados a caballo y blandiendo látigos, y negros esclavizados allá en tierra lejanas ? Pues sí, pero despejemos la cabeza, limpiemos la mirada, si somos capaces, y sepamos que se produce justo ahí al lado de nosotros. Y no son todos negros, que los hay de todos los colores. Eso sí, los capataces, aunque no van a caballo ni llevan látigo – hasta donde yo sé – , tienen la misma mala entraña que aquellos de las películas.
Lo curioso es que estas mafias no son españolas, son extranjeras, de distintas nacionalidades que trafican con personas llegadas a nuestro país de manera ilegal – para que no puedan pedir auxilio –
y sin tener donde caerse muerto.
La guardia civil ha hecho su trabajo y ha desmantelado una cuantas, en Sevilla, en Córdoba, en Almería, y presumen que las hay por todos los rincones de nuestra piel de toro.
Se me ocurre que a partir de ahora los dueños de esas explotaciones agrícolas, que confían a empresas intermediarias la contratación del personal para trabajar sus tierras, se den una vuelta por su terruño y comprueben en que condiciones se encuentran esas personas.
Aunque estos hombres y mujeres no son responsabilidad de ellos – no los han contratado – , una vez que sabemos como actúan estos “negreros” del siglo XXI, por favor, pongan su grano de arena y no permitan semejantes salvajadas.
Está el negocio de los tomates, los pepinos, las aceitunas y las acelgas.
Y luego está el repugnante negocio de la miseria.
JL Pinto